El Joven Que Nunca Fue

El Joven Que Nunca Fue, comentó: “Yo pienso que es preciso que la gente satisfazca su sed por la justicia antes de poder considerar cómo hacer un acto de misericordia. ¿Verdad que sí, Maestro?” le preguntó. 

“Sí, m’hijo,” el Yeti le replicó. “Por esa razón decidieron decapitarlo. Como lo había hecho antes, la mañana que suponía que morir, el Segundo Hermano Chino fue al juez y le pidió.”

“Vuestra Señoría, ¿me permite ir a casa a despedirme de mi mamacita?”

“Es sumamente justo,” le replicó el juez. Entonces sin ser visto, se fue el Segundo Hermano Chino y el Tercer Hermano Chino con la nuca de hierro tomó su lugar. Amolaron las espadas imperiales y el Tercer Hermano Chino puso la cabeza en el bloque de corte. Miró al verdugo con confianza y pacencia cuando le dio un gran golpe. Nada más el golpe le hizo cosquillas, de manera que le dio las gracias al ejecutor. Otra vez la turba se enfadó, y todavía quería castigar al Hermano Chino. Alguien sugirió que lo quemasen.

“Sí, sí,” dijeron todos en acuerdo y pusieron un tiempo para quemarlo en la hoguera al día siguiente. Estaban de acuerdo de que cualquiera persona que podía tragarse todito el mar y que no podía ser ahogado ni decapitado de seguro no tendría la habilidad de escaparse de las llamas de la hoguera. No había ninguna duda de que iban a tener gran éxito esta vez pero, de nuevo el Tercer Hermano Chino fue a ver al juez y le rogó de que lo dejase ir a despedirse de su mamacita. “Es muy justo que sí,” le replicó el juez. 

“¿Cómo sería que el juez no se daba cuenta que lo estaba engañando, Maestro?” le preguntó el Joven Que Nunca Fue. “¿Qué era tan necio que no podía adivinar lo que estaba pasando?”

“Cuando alguien no considera una situación entre vida y muerte, está listo para aceptar cualquiera explicación que le den, le replicó el Yeti Pie-Grande. “De cualquiera manera, cuando el Cuarto Hermano Chino que no podía ser quemado, se presentó delante del poblado al día siguiente, ya habían recogido una gran cantidad de leña seca para asegurarse que la lumbre tuviera bastante fuerza para quemarlo. Lo ataron a la hoguera y pronto las llamas lo rodearon. Sin embargo, desde el medio de las llamas él nada más se sonreía y decía: ‘Qué sitio tan cómodo’, cosa cual irritó al poblado. Continuaron quemando la leña hasta que se hizo rete-caliente pero el Cuarto Hermano Chino seguía sonriéndose”.     

“Creo que ya para entonces sentirían que él era invencible y de vez en cuando pensarían en la idea que estaría inocente,” contribuyó el Joven Que Nunca Fue.

“Sin duda habrían quedado muy perplejos,” dijo el Yeti. “Pensarían que lo estaba protegiendo algún poder divino. Decidieron hacer una cosa más; iban a tratar de sofocarlo en un horno lleno de crema batida.”